El
25 de mayo se celebrarán las elecciones europeas. Las ciudadanas y
ciudadanos elegiremos un Parlamento Europeo que decidirá las
políticas comunitarias de los próximos cinco años. Se dirá que es
la Comisión Europea la que decide sobre las políticas a realizar,
pero será el Parlamento Europeo el que tenga la última palabra
sobre su composición y por ejemplo, sobre el presupuesto de la
Unión. De
ahí la importancia de unas elecciones que deben cambiar el rumbo de
Europa,
si no queremos volver a las andadas de las políticas mal llamadas de
austeridad, que mejor habría que llamarlas de recortes y de
involución democrática.
La
disyuntiva de estas elecciones no es por tanto si elegimos a los
conservadores o a los socialdemócratas; el dilema hay que situarlo
en si somos capaces de cambiar el rumbo de Europa, de refundar
la Unión
para avanzar en políticas sociales y democracia; porque de lo
contrario, volveremos a lamentarnos de cómo la agenda política de
los gobiernos nacionales y de la propia Comisión Europea se somete a
los dictados de los poderes económicos y financieros, es decir, de
los mismas ideas, grupos y personas que provocaron la crisis, y que
hasta la fecha han marcado el camino de salida. Y no nos engañemos,
las políticas neoliberales, las orientadas a la destrucción de
empleo, a demoler el estado social, a reducir cuando no eliminar los
derechos laborales, a golpear los derechos civiles, a devaluar la
libertad y la democracia, han sido posibles con la colaboración de
gobiernos conservadores y socialdemócratas. Alemania, Reino Unido,
España e Italia son buen ejemplo de gobiernos conservadores y
políticas antisociales. Pero Italia (parte del mandato) España
(parte del mandato), Grecia o Francia han demostrado que los
socialistas han protagonizado o colaborado con el proyecto
conservador y las políticas de recortes cuando han sido requeridos
para ello por las autoridades financieras, económicas o
comunitarias.
Por
eso, sorprende el arrebato progresista que acompaña a los partidos
socialdemócratas o socialistas (como el PSOE) cuando se acercan
procesos electorales. Su candidata a las europeas en España, Elena
Valenciano, lleva unas semanas, después de un precipitado reciclaje,
improvisando discursos de izquierdas y renegando de las políticas de
recortes. Dicen sentirse alejados de estas y no dudan en prometer
igualdad, fraternidad y solidaridad si ellos son los elegidos para
llevar las riendas de Europa. En su afán por bipolarizar la campaña
cuentan con la complicidad manifiesta del polo conservador, que en
algunos casos, deberíamos clasificar como ultraconservador, que
encabeza el recién designado para encabezar la lista del PP, Arias
Cañete. A unos y a otros les interesa elevar el tono del
bipartidismo, conscientes del enorme descrédito que atesoran y
convencidos de que hay que cerrar el paso a otras opciones
alternativas, sobre todo en la izquierda, para mantener la máxima de
que “algo cambie para que todo siga igual”.
No
hace falta que se nos recuerde que conservadores y socialistas no son
lo mismo. Por supuesto que forman parte de culturas, trayectorias y
proyectos radicalmente distintos. Pero, las cosas claras. En España
como en el resto de la Unión Europea, el voto que puede acabar con
las políticas de recortes, que puede abrir las puertas a una Europa
más social y democrática, el que puede tirar de los partidos
socialdemócratas hacia posiciones más éticas y de izquierdas, es
el voto a las izquierdas transformadoras como Izquierda Unida. Si no
fuera así, al día siguiente de las elecciones europeas, estos
partidos, acabarán
sucumbiendo a la presión de los mercados, de las políticas
homologadas, y
compartirán con sus antagonistas en campaña, los grandes retos del
neoliberalismo rampante.